Hace 10.000 años, los mastodontes desaparecieron de América del Sur. Con ellos se extinguió también una función ecológica que hoy resulta vital: la dispersión de semillas de plantas con frutos grandes. Un nuevo estudio liderado por la Universidad de O’Higgins (Chile) y con destacada participación del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES-CERCA) demuestra por primera vez, a partir de pruebas fósiles directas, que estos grandes parientes extintos de los elefantes eran consumidores habituales de frutas y aliados esenciales de muchos árboles. Su pérdida no fue solo una cuestión zoológica: fue también botánica, ecológica y evolutiva. Algunas de las especies vegetales que dependían de ellos para sobrevivir hoy están en peligro crítico de extinción.
La investigación, publicada en la revista Nature Ecology & Evolution, aporta la primera evidencia sólida de frugivoría en Notiomastodon platensis, un mastodonte sudamericano del Pleistoceno. El hallazgo se basa en el análisis multiproxi de 96 dientes fósiles encontrados en una extensión de más de 1.500 kilómetros de longitud entre Los Vilos y la isla de Chiloé, al sur de Chile. Casi la mitad de los dientes proceden del emblemático yacimiento del Lago Tagua Tagua, una antigua cuenca lacustre rica en restos de fauna pleistocena, y situada en la actual región de O’Higgins. El estudio ha sido encabezado por el Dr. Erwin González-Guarda, investigador de la Universidad de O’Higgins y asociado al IPHES-CERCA, que ha trabajado junto con un equipo internacional en el que destacan también los investigadores del IPHES-CERCA Dr. Florent Rivals, especialista en paleodieta, el Dr. Carlos Tornero y el Dr. Iván Ramírez Pedraza, expertos en isótopos estables y reconstrucción paleoambiental y Alia Petermann Pichincura. El estudio se ha desarrollado en colaboración con la Universitat Rovira i Virgili (URV) y la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB).
Una hipótesis ecológica, por fin demostrada
En 1982 el biólogo Daniel Janzen y el paleontólogo Paul Martin propusieron una idea revolucionaria: muchas plantas tropicales desarrollaron frutos grandes, dulces y llamativos para atraer a grandes animales, como mastodontes, caballos nativos o perezosos gigantes, que actuaban como dispersores de semillas. Esta teoría, conocida como hipótesis de los anacronismos neotropicales, llevaba más de cuarenta años sin confirmación empírica. Ahora, el estudio liderado por González-Guarda aporta evidencias fósiles directas que validan esta hipótesis.
Para entender cómo vivían los mastodontes estudiados, el equipo ha aplicado diversas técnicas: análisis isotópico, desgaste dental microscópico y estudio del sarro fósil. «Encontramos restos de almidones y tejidos vegetales propios de frutos carnosos, como los de la palma chilena (Jubaea chilensis)», explica Florent Rivals, profesor de investigación ICREA en el IPHES-CERCA y experto en paleodieta. «Esto confirma de forma directa que estos animales consumían fruta con frecuencia y participaban en la regeneración del bosque».
El papel olvidado de los grandes dispersores
«Gracias al estudio de los isótopos estables, pudimos reconstruir el ambiente y la dieta de estos animales con gran precisión», señala Iván Ramírez-Pedraza. Los datos apuntan a un ecosistema boscoso, con abundancia de recursos frugales, en el que los mastodontes recorrían largas distancias y dispersaban semillas por el camino.
Esa labor ecológica ha quedado sin relevo. «La química dental nos ofrece una ventana directa al pasado», afirma Carlos Tornero. «Combinando distintas evidencias, hemos podido confirmar de forma robusta su frugivoría y el papel clave que desempeñaban en estos ecosistemas».
Un futuro amenazado por un pasado incompleto
La desaparición de los mastodontes rompió una alianza coevolutiva que había perdurado durante milenios. Los investigadores han aplicado un modelo de aprendizaje automático para comparar el estado actual de conservación de plantas megafaunales en distintas regiones de América del Sur. Los resultados son preocupantes: en Chile central el 40 % de estas especies están hoy amenazadas, una proporción cuatro veces mayor que en las zonas tropicales donde aún sobreviven animales como tapires o monos que pueden actuar como dispersores alternativos.
«En las regiones donde esa relación ecológica entre plantas y animales se ha roto por completo, las consecuencias son visibles incluso miles de años después», afirma Andrea P. Loayza, coautora del estudio.
Especies como el queule (Gomortega keule), la palma chilena y el piñón de araucaria sobreviven hoy en poblaciones pequeñas, fragmentadas y con baja diversidad genética. Son vestigios de una interacción extinguida.
Claves para conservar desde la paleontología
Más allá del hallazgo fósil, el estudio lanza un mensaje claro: el conocimiento del pasado es imprescindible para entender las crisis ecológicas del presente. «La paleontología no solo sirve para contar historias antiguas», concluye Rivals. «Nos ayuda a reconocer lo que hemos perdido y lo que aún podemos salvar».